El Guerrero ante la muerte
Laura Fierro Evans
“Cuando no te agitas aunque se hunda una montaña ante ti; cuando no te enfadas aunque la gente te ofenda y te insulte, ni te impresiona siquiera una gran guerra, ni tienes miedo aun ante la muerte inminente, ni te intimidan los que ostentan altos cargos y rangos, a eso se le llama valor”.
(Umawatari Bogyu: Samurái)
Es hace muy pocos años -de toda la larga historia de la humanidad- que el ser humano se ha desconectado de esta realidad universal inevitable, para aferrarse a la ilusión de que esta tierra, este cuerpo y la juventud son –ilusoriamente- para siempre.
Para un guerrero, la muerte es El Camino. Y lo que va haciendo durante toda su vida es honrar profundamente la oportunidad de acceder un día al Gran Espíritu creador gracias a caer dignamente en batalla.
“Samurái: no olvides honrar a tus ancestros y cumplir con los rituales prescritos, porque ellos dependen tanto de ti como tú de su ejemplo; y ninguno de nosotros se libra de la certidumbre de la muerte.”(Umawatari Bogyu, Señor de Hitachi y gran Chambelán de su Exma. Alteza, el Shogún, 1615.)
Cuando un vikingo moría en batalla tenía esa maravillosa muerte. Y cuando moría de vejez, iba al submundo o Reino de Hel. Para los vikingos este era un lugar lúgubre, donde las almas vagaban entre lo oscuro.
Para los mayas hay un símbolo sagrado que es el árbol de la ceiba o árbol sagrado, que es el eje del mundo y el puente de comunicación entre tres niveles de existencia: cielo, tierra e inframundo. La ceiba es el vehículo a través del cual el maya va al cielo y al inframundo.
Así el maya, como parte de un todo se vivo en todo lo que le pasa. Y a una comunidad le daba más poder y fuerza si tenía guerreros que habían muerto en batalla.
Descubrir estas coincidencias entre culturas que aparentemente no tienen nada que ver unas con las otras nos ayuda, como especie, a tomar el camino de regreso a casa.
La muerte es la puerta, es la oportunidad de liberar al espíritu gracias a los obstáculos que aparecen en el mundo del cuerpo. Porque como dijo el poeta, en el mundo del espíritu sólo hay encuentros, no hay despedidas.
De Nezahualcóyotl, el poeta:
¿ A dónde iremos
donde la muerte no existe?
Mas, ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso deveras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Percibo lo secreto, lo oculto:
¡Oh vosotros señores!
Así somos, somos mortales,
De cuatro en cuatro nosotros los hombres,
Todos habremos de irnos,
Todos habremos de morir en la tierra…
Nadie en jade,
Nadie en oro se convertirá:
En la tierra quedará guardado
Todos nos iremos
Allá, de igual modo.
Nadie quedará,
Conjuntamente habrá que perecer,
Nosotros iremos así a su casa.
Como una pintura
Nos iremos borrando.
Como una flor,
Nos iremos secando
Aquí sobre la tierra.
Como vestidura de plumaje de ave zacuán,
De la preciosa ave de cuello de hule,
Nos iremos acabando
Nos vamos a su casa.
Se acercó aquí
Hace giros la tristeza
De los que en su interior viven…
Meditadlo, señores,
Águilas y tigres,
Aunque fuerais de jade,
Aunque allá iréis,
Al lugar de los descarnados…
Tendremos que desaparecer
Nadie habrá de quedar.
El Pueblito, Qro, México
2 noviembre 2015
@laufierroe
1 comentarios:
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