¿Alguna vez has soñado con el Facebook?


¿Alguna vez has soñado con el Facebook?
Entre el sueño y la lucidez
©Laura Fierro Evans


Yo sí. ¿Sabes cómo es por dentro?

En uno de esos sueños en los que caigo como anestesiada al despegar un avión, soñé que entraba en el Facebook. Como si fuera una especie de edificio orgánico, mezcla de cuerpo y de construcción.  Sí. Estoy caminando dentro del mismísimo Facebook y me sorprendo, dentro del sueño, que eso sea posible. Lo bueno es que es un sueño donde cualquier cosa que la mente fabrica se permite.

El Face de mi sueño tiene muchas habitaciones y muchas puertas, pero no encuentro la salida. Y yo voy de paso.  Así, me meto por una ventana en una especie de salón de clase donde hay un grupo de gente tomando  alemán. Me dan ganas de quedarme pero me voy sigilosamente para que nadie sienta mi presencia; no se vayan a molestar por andar de intrusa en un territorio donde no me han invitado. De hecho, no sé ni cómo llegué aquí. Más adelante, llego a un espacio abierto y lleno de gente donde unos están intentando hacer meditación sentados en el suelo, mientras otros les pasan encima con sus mochilas, indiferentes e irrespetuosos, otros se carcajean con unos gatos que persiguen un pepino volador y los más están nomás ahí sentados, mirando de aquí para allá sin ninguna ocupación aparente. Casi todos traen una maleta sobre la que se recargan, como si estuvieran  esperando su vuelo. Parece una escena bucólica y grotesca a la vez.  Aunque a mí lo único que me ocupa es encontrar de una vez por todas la salida. Pues al Face entro sólo para salir rápidamente.
Ahí dentro hay espacios exteriores. Me encuentro de pronto en un patio que conduce a una explanada. Son los terrenos deportivos. Cerca de mí pasa un hombre joven y corpulento, recién salido de nadar, empapado, sin preocuparse por buscar una toalla, tranquilo, pues hace mucho calor. Un grupo por allá, gritando porras a un equipo de algún deporte; se les ve muy emocionados con el juego. Me sube poco a poco un hormigueo,  una especie de ansiedad porque mientras más camino, menos encuentro la salida. Eso parece un laberinto del que solo yo quiero salir. Los demás se ven todos muy contentos y satisfechos en lo que están.
Subo una escalera y ahí  hay una terraza gigante dedicada a pura comida, como en los aeropuertos. Gente mirando, probando, cocinando, tomando selfies que aparecen ahí mismo como en esas pantallas invisibles que solo se ven en las películas, y en los sueños. Comida, fotos, gente, y ninguna salida. Pregunto a alguien si conoce la salida y me mira una mujer con cara de: "¿De qué estás hablando? ¿Salir? ¿Del Face? ¡Aquí sólo se llega!". Me angustio un poco  más. Pienso en Michael Scofield de Prison Break. ¿Cómo lograría él salir de un laberinto como éste?
De pronto viene una turbulencia en el vuelo,  que moviliza algo en la conciencia, pero sigo soñando. Mi siguiente pensamiento es: “ésta es una prisión de mi mente”. Observo con unos ojos distintos todas esas escenas. Y sin despertar, tomo conciencia de que esto es un sueño. Y me siento feliz. ¡Un sueño lúcido al más puro estilo Allan Wallace! Miro a toda esa gente con la claridad de que son todos producto de mi mente. Mis voces interiores. Mi paisaje y la escenificación creada por mí. El Book de mi Face. Dormida y consciente. Suelto una carcajada.
Hago la prueba que sugiere hacer el budismo tibetano y que he practicado ya en otras ocasiones.  No es la primera vez que en un sueño tomo una respiración profunda y al exhalar pego un salto que me libera de la gravedad inventada en el sueño, pues en el sueño todo es posible. Y comienzo a volar  por encima de todos los que quedan allá en sus juegos, meditaciones, marchas, comidas, clases, gatos y pepinos. No tengo siquiera que poner los brazos como Supermán para dirigirme a algún lugar, pues vuelo a mi antojo con solo mirar el objetivo. Volando desde ese otro nivel de conciencia me río de la angustia de no encontrar la salida en el laberinto de la mente por el que iba caminando. Sonrío al constatar que para poder salir de donde te encuentras atrapado, lo que necesitas es elevar el nivel de conciencia y la perspectiva de observación. Tan fácil como pegar un brinco y volar. Ambos, la trampa y la liberación, son producto de la misma fábrica que está en tu cerebro. Bajo de nuevo al suelo y vuelo otro poco, gozando la cara que todos ponen al verme pasar por encima de ellos. Esta vez, sin embargo, con menos ligereza e impulso que en el primer vuelo y sé que es una señal de que el sueño empieza a desmoronarse. Me quedo de pie en ese primer gran salón, observando al sueño desvanecerse. Lo dejo ir. Despierto con la sobrecargo preguntándome: “Señora Fierro, disculpe, ¿pidió usted comida vegetariana?”.
Santo Domingo, 3 de febrero 2016




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